Recién he terminado de leer la historia del Grupo Ramos y me he quedado muy impresionado por el apetito de riesgo de su fundador Román Ramos, su optimismo contra toda pronóstico, su rapidez en la toma de decisiones y su tremenda capacidad para cerrar negocios prontamente, aunque se trate de una compra reflexiva, como por ejemplo de bienes raíces. Es un estilo de liderazgo muy potente.
Hasta por su fuerza física en la plenitud de su adultez me he quedado impresionado. Era un coloso este Román. Un gladiador español. Con decirles que tumbó una pared de un solo mandarriazo durante una de las fases de ampliación de la tienda La Sirena de la avenida Mella. Esa anécdota también es reveladora del nivel de involucramiento absoluto del señor Ramos en cada acción de la entonces joven organización.
Antes de seguir avanzando sobre «El origen lejano de una historia cercana«, como se llama el libro que cuenta la historia de lo que hoy es el grupo de tiendas e hipermercados más grande de República Dominicana, haré una digresión sobre el concepto de emprendedor, cuyo significado más extendido se refiere a quien inicia su propio negocio, usualmente una pequeña empresa o «se independiza». En el habla habitual, de hecho, el término “emprendedor” se usa para referirse al propietario de un negocio pequeño.
Hay un significado menos popular, que a mí me resulta más seductor. Es el acuñado por el brillante economista austro-estadounidense Joseph Schumpeter, para quien el verdadero emprendedor es aquel que presenta nuevas ideas y las ejecuta con el propósito de desarrollar empresas de alto crecimiento.
Este tipo de emprendedor convierte un pequeño negocio en una empresa grande. Es el emprendedor innovador, que Schumpeter distingue del emprendedor replicativo, es decir, quien replica un negocio existente, ofrece soluciones me too y, generalmente, se ha lanzado a emprender empujado por la falta de oportunidades en el mercado laboral.
El optimismo del emprendedor
Nadie inicia un negocio esperando fracasar, por lo que un rasgo que caracteriza al emprendedor es el optimismo, incluso llegando a mostrar un «optimismo delirante«, según explica el psicólogo y matemático norteamericano de origen judío Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía 2002, en su magnífico libro Thinking, fast and slow.
Las posibilidades de que una pequeña empresa sobreviva durante los primeros cinco años en los Estados Unidos es de aproximadamente 35%. Pero las personas que abren tales negocios no creen que las estadísticas se apliquen a ellos.
Daniel Kahneman
Refiere el laureado escritor una encuesta cuya conclusión establece que los empresarios estadounidenses tienden a creer que están en una línea de negocios prometedora: su estimación promedio de las posibilidades de éxito de «cualquier negocio como el suyo» es de 60%, casi el doble del valor real.
Por igual, Kahneman da cuenta de investigaciones que revelan un comportamiento similar entre los inventores canadienses, muchos de los cuales siguen adelante con sus emprendimientos, aunque los estudios de factibilidad oficiales les adviertan sobre las escasas posibilidades de éxito de sus creaciones.
Esa desbordada autoconfianza, ese “levemente delirante optimismo”, como la califica Khaneman, ese “campo de distorsión de la realidad”, como dice el biógrafo Walter Isaacson que padecía Steve Jobs, empuja a los emprendedores no solo a arrancar, sino también a prevalecer, a tomar riesgos desaconsejados, a mantener alta la moral de sus colaboradores y a sacar lo mejor de la gente.
Es ese optimismo contra toda evidencia lo que dinamiza la economía, y, también –no nos engañemos- el que hace que muchos emprendedores se estrellen contra la realidad.
Para no ir más lejos, si bien en el libro sobre el Grupo Ramos casi siempre parece que los negocios y la vida de su fundador fluyen como Desiderata (“Camina plácido entre el ruido y la prisa…”), es el mismo Román quien reconoce que perdió mucho dinero invirtiendo fuera de su core business, y que, a partir de esas experiencias, se concentró solamente en los negocios que conocía al detalle.
El emprendedor innovador
Román Ramos es ese tipo de emprendedor que le gusta a Schumpeter, el emprendedor innovador, aquel que introduce innovaciones tan rompedoras que, una vez puestas en acción, desorganizan la industria existente para crear un nuevo orden.
Por ejemplo, no cayó bien entre los comerciantes de El Conde, la principal arteria comercial de República Dominicana hasta los años 70 del siglo pasado, que el dueño de La Sirena Mella decidiera implementar el horario corrido durante la semana laboral y también abrir los fines de semana.
Años después, estas prácticas también provocaron un avispero en Santiago, cuando el emprendedor innovador llegó con sus disrupciones, hasta que, calmadas las aguas, los demás comerciantes de Santo Domingo y Santiago terminaron adoptando los horarios corridos y de fines de semana que hoy son habituales en el país.
Es La Sirena, según se cuenta en la historia de Ramos y del Grupo, la tienda que irrumpe con publicidad en los periódicos y con muchas otras prácticas que hoy se ven como corrientes en nuestro entorno comercial. Es la que inicia con una planta física grande, cuando las tiendas de entonces eran todas pequeñas, como aconsejaba el conservadurismo empresarial de esos tiempos.
La innovación por excelencia del Grupo Ramos y el apetito de riesgo de su líder fundador alcanza su expresión más osada con la apertura de Multicentro Churchill, en 1999, el gigantesco hipermercado pionero en el país de este tipo de plataformas comerciales, donde se podía comprar “desde un pincho de pollo hasta un pincho para la cabeza, desde un rolo para pintar hasta un rolo para el cabello”. En aquel momento, nadie sabía, con certeza, si ese gigante sería un elefante blanco o un éxito rotundo, como ha terminado siendo.
Optimista contra toda estadística
Román Ramos viajó de España a América por decisión propia, siendo apenas un adolescente, con 16 ó 17 años. Llegó en barco hasta Puerto Rico, para poco después establecerse en República Dominicana, como fue su propósito inicial y su destino final.
Corría el año 1959 cuando el muchacho llegó a estas tierras desde su lejana Asturias. Eran tiempos políticos muy turbulentos, pues la dictadura de Trujillo estaba siendo combatida nacional e internacionalmente, mientras el régimen resistía y respondía con fuego y muerte la osadía de sus adversarios.
A finales de los 50 y principios de los 60, República Dominicana no parecía ser el destino apetecido para un ambicioso emigrante que quisiera triunfar en los negocios. Pero este gladiador español veía las cosas diferentes. “Yo no venía a tumbar la dictadura”, decía. Venía a construir a un imperio.
Decidí emigrar por mi cuenta y riesgo, con una maleta de cartón a cuestas, pero con mucha confianza en mí mismo y la absoluta certeza de que no podía fallar: sabía que triunfaría.
Cinco años después de su llegada, estalló la Revolución de Abril de 1965 en República Dominicana. Y en ese contexto histórico, ¿a quién se le podría haber ocurrido casarse apenas cuatro meses después de iniciarse esa conflagración? ¿A quién se le podría haber ocurrido comprar su primera tienda cuatro meses más adelante? Justamente y a nadie más que a un optimista contra toda estadística.
Ya el primero de diciembre de 1965, a los 24 años, yo era el dueño de La Sirena.
Román Ramos