:Narrativas Relevantes.

El poder de la palabra

Creo firmemente en el poder de la comunicación para transformar nuestras vidas y el mundo que nos rodea. A lo largo de la historia, las palabras han sido utilizadas para transmitir conocimiento, expresar emociones, generar cambios y crear nuevas realidades. 

Para el bien de la humanidad, Churchill transformó la historia con el poder de sus discursos, cuando nadie creía que Inglaterra y sus aliados podían imponerse a la maquinaria militar del nazismo durante la II Guerra Mundial, pero antes, en la misma época histórica, lo hizo también Hitler, con su oratoria arrebatadora, para desgracia de la humanidad. 

En ambos casos, para bien y para mal, estos líderes históricos restauraron la autoestima de sus pueblos cuando esta se arrastraba, y, a través de su retórica, la encumbraron, elevando con ella a sus naciones, hasta llevarlas a alcanzar una posición dominante frente a las fuerzas que adversaron. Al final de la gran guerra, la victoria definitiva se impuso a favor del llamado Eje de los Aliados. Lo que entonces fue verdad, lo sigue siendo ahora: el que comunica mejor, gana. 

Con el paso de los años, las neurociencias aplicadas al estudio del lenguaje han revelado un conocimiento fascinante con respecto al poder de las palabras: el cerebro se activa ante una palabra que implique acción de manera similar a como si estuviéramos ejecutando físicamente dicha acción.

Cuando una persona escucha o lee un verbo como «patear», «correr» o «saltar», su cerebro experimenta una activación neuronal que simula la acción de patear, correr o saltar. El simple acto de mencionar una acción desencadenara una respuesta cerebral y emocional, generando una conexión entre el lenguaje y nuestra capacidad de acción.

Esta conexión entre las palabras y la activación cerebral nos muestra el inmenso poder que tienen las palabras para influir en nuestra mente y en nuestras acciones. Cuando somos conscientes de esto, podemos aprovechar mejor el potencial de las palabras y la comunicación no solo para inspirar a otros, sino también para nosotros mismos.

Al elegir con cuidado las palabras con que nos hablamos, podemos moldear nuestra auto percepción e impulsarnos para crear una nueva y mejor realidad, en beneficio nuestro, y una nueva y mejor realidad compartida, en beneficio de los otros. 

Justamente esta semana que termina, los científicos nos traen una noticia revolucionaria sobre el poder del pensamiento para motorizar nuestras acciones. Gert-Jan Oskam, un hombre de 40 años que quedó tetrapléjico después de un accidente en bicicleta, hace 12 años, ha podido caminar nuevamente gracias a un implante digital que conecta su cerebro y su médula espinal. El implante lee sus pensamientos y los envía de forma inalámbrica a otro implante que estimula eléctricamente su médula espinal, lo que le permite controlar sus músculos de manera más natural y adaptativa. 

¿Qué es primero: la palabra o el pensamiento?

Desde tiempos inmemorables hay un debate humanístico y científico sobre si se piensa con palabras o se piensa con imágenes, si primero es la palabra y luego el pensamiento o viceversa. 

Personalmente, entiendo que no son opciones excluyentes, sino coexistentes, aunque probablemente en algunas personas prevalezca una opción frente a la otra. Como respuesta salomónica, simpatizo con lo que el psicólogo y pedagogo ruso Lev Vygotsky denomina «pensamiento lingüístico» o la intersección entre el pensamiento y el lenguaje en el desarrollo cognitivo del ser humano. 

En su obra «Pensamiento y Lenguaje», publicada en 1934, Vygotsky sostiene que el lenguaje juega un papel fundamental en el desarrollo del pensamiento y que el pensamiento y el lenguaje son procesos intrínsecamente vinculados. El lenguaje no solo es una herramienta de comunicación, sino también un medio de pensamiento. 

A medida que los niños adquieren habilidades lingüísticas, explica el autor ruso, se produce un cambio cualitativo en su pensamiento y el lenguaje se convierte en un sistema simbólico que les permite representar y comprender el mundo que les rodea.

“El pensamiento nace a través de las palabras. Una palabra sin pensamiento es una cosa muerta, y un pensamiento desprovisto de palabra permanece en la sombra”.

Vygotsky

«La ciencia del lenguaje positivo»

El libro «La ciencia del lenguaje positivo: cómo nos cambian las palabras que elegimos», de Luis Castellanos, José Luis Hidalgo y Diana Yoldi, publicado en 2016, explora cómo las palabras que utilizamos pueden afectar nuestra vida y bienestar. Los autores se enfocan en cómo el lenguaje positivo puede cambiar nuestra forma de pensar y actuar, y cómo podemos entrenarnos para utilizarlo cotidianamente, primero conscientemente y luego, como resultado la práctica, de forma automática.

Estos humanistas españoles explican la neurociencia detrás de las palabras y cómo el uso de palabras positivas puede estimular la actividad del lóbulo frontal y la corteza motora para impulsar a tomar acción. Si bien el lenguaje positivo activa áreas específicas de nuestro cerebro asociadas con la recompensa y la motivación, que nos impulsan a actuar de manera positiva y optimista, de igual manera, apuntan los autores, el lenguaje negativo puede desencadenar respuestas de estrés y ansiedad, afectando nuestro bienestar y nuestras relaciones con los demás.

El lenguaje positivo se refiere a las palabras y las frases que tienen una connotación positiva y optimista, como «gratitud», «felicidad» y «esperanza», mientras que el lenguaje negativo se refiere a las palabras y las frases que tienen una connotación negativa y pesimista, como «fracaso», «problema» y «tristeza». 

Nuestro diálogo interno, lo que nos decimos sobre nosotros, influye en nuestra autoestima, motivación y confianza. Este diálogo interno es determinante en la forma en que enfrentamos los desafíos del día a día y que emprendemos, o no, las grandes empresas que soñamos. 

Además del impacto en nuestra vida personal, el lenguaje positivo juega un papel crucial en nuestras relaciones interpersonales. El uso de palabras de aprecio, gratitud y aliento hacia los otros puede construir vínculos más sólidos y fomentar un ambiente emocionalmente saludable. 

Al practicar el lenguaje positivo de manera consciente nos convertimos en agentes del cambio, capaces de crear una realidad más optimista y constructiva para nosotros mismos y para los demás. A partir de su uso consciente y deliberado, el lenguaje positivo termina siendo inconsciente y automático, que es lo mejor que nos puede pasar. 

Imagina el impacto que podemos tener en las vidas de las personas simplemente al elegir nuestras palabras con cuidado. Un simple elogio, una palabra de aliento o un mensaje de gratitud pueden iluminar el día de alguien y fortalecer su confianza en sí mismos. 

Ojo, no estoy hablando de lo que el teatrista mexicano Odín Dupeyron llama graciosamente «pensamiento mágico pendejo», ese derroche de positivismo empalagoso que muchos se creen y que otros repelemos. El lenguaje positivo no implica negar la realidad, sino que busca enmarcar las situaciones con una mentalidad constructiva y enfocada en soluciones. Es una invitación a hacer un sabroso guiso con «la cruda realidad». 

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