Si un medio periodístico profesional la incluyó en su contenido, el público promedio creerá la noticia, pues pese a la gran y creciente desconfianza que en los últimos años ha afectado a los medios en general, siguen siendo nuestro último bastión de confirmación.
Eso fue, injustamente, lo que ocurrió con la oleada de informaciones falsas que provocó un daño brutal a la industria turística dominicana en el verano de 2019, cuando se propagó la noticia de que los turistas estadounidenses caían muertos misteriosamente en República Dominicana, presuntamente por intoxicaciones causadas por el consumo de alimentos y bebidas en los hoteles de Punta Cana.
Medios tan respetables como The Washington Post o especializados como Business Insider se hicieron eco de esta noticia, citando como fuente el portal de denuncias iwaspoisoned.com, un site donde cualquiera puede denunciar, desde el anonimato, que se ha intoxicado en tal o cual restaurante, sin aportar pruebas que sustenten su denuncia.
Los medios se dan seguimiento entre ellos, y como parte de ese seguimiento, se citan y aluden entre colegas y competidores, creando una caja de resonancia y una espiral creciente de legitimidad a las noticias falsas con solo acogerla en sus contenidos, tal cual ocurre con el dinero producto de actividades ilícitas cuando entra al sistema financiero y empieza a circular legalmente en el resto de la economía.
Bastó con que un medio periodístico profesional se hiciera eco de las misteriosas muertes de turistas en República Dominicana para que el público la diera como cierta y para que otros medios periodísticos y distintas agencias internacionales de prensa amplificaran lo que tempranamente tenía tintes de ser una noticia falsa, y más adelante se confirmó como tal, aunque esa confirmación ocurriera cuando ya la industria turística dominicana había sido significativamente dañada por una información sin sustento.
Algunos de los medios profesionales que les dieron cabida en sus páginas aclararon que las denuncias eran anónimas y sin confirmar, y que muchas de las presuntas intoxicaciones se habían producido en el pasado, varios años antes, aunque las denuncias públicas se hicieran en aquel fatídico verano.
Varios medios también explicaron que las estadísticas de muertes de turistas en República Dominicana no presentaban ninguna desviación, citando al Departamento de Estado y al FBI, y que, incluso, según el histórico de muertes general en Estados Unidos, había una probabilidad de muerte más alta para los estadounidenses de morir quedándose en su país que visitando República Dominicana.
Pero ninguna de esas precisiones bastó, ya la dañina noticia falsa había entrado al «sistema informativo legal» y estaba recorriendo todas sus venas, con una suerte de validación y legitimidad por el mero hecho de entrar en el contenido de The New York Times, CNN o Wall Street Journal, por citar solo algunas de las cabeceras de periodismo profesional que pusieron la noticia en el tapete.
Fake news en el mundo de los negocios
Las noticias falsas publicadas en un medio periodístico profesional pueden echar a rodar negocios de decenas o cientos de millones de dólares, frenarlos, ralentizarlos y producir pérdidas valoradas en sumas impensables.
Recuerdo el caso de una empresa nacional, propietaria de unos terrenos invadidos por particulares, que fue acusada en un periódico nacional de desalojar de esos terrenos a «cientos de familias pobres e indefensas», aunque, realmente, lo que la empresa había hecho era empezar un proceso de diálogo para darles apoyo económico a los ocupantes con el propósito de que abandonaran amigablemente los solares.
La noticia del desalojo forzado había salido publicada una única vez, ocupando apenas tres o cuatro párrafos en la versión online del diario, sin que provocara ninguna repercusión, ni resonancia o seguimiento, con una desolada foto, tomada en la sala de redacción del medio, en la que se mostraba una “multitud” de apenas tres denunciantes. La nota no tenía firma. Ningún periodista descendió al terreno para verificar la denuncia ni mucho menos contactó a la empresa para lograr un mínimo balance en la información.
Varias semanas después de la publicación, un representante de la empresa requirió mis servicios para que le asesorara en la gestión de lo que entendía era una seria crisis de imagen, provocada por la publicación de esa breve nota. Le aconsejé que lo prudente era monitorear la evolución de la noticia, sin que procediéramos a ninguna acción pública inmediata, dado que la información no había tenido ningún impacto ni parecía que lo fuera a tener.
Es entonces cuando el representante de la compañía me explicó que su preocupación se debía a que la organización estaba en medio un proceso de fusión con una gran corporación multinacional, cuyos representantes decidieron pausar las negociaciones, al ver esa pequeña mancha (la noticia falsa) en el universo infinito de Internet.
Como esta historia podría contar varias, con información de primera mano, en las que grandes negocios y negociaciones legítimas dejan de concretarse, se frenan, se revierten, se distraen o se penalizan, porque «profesionales de la denuncia», «ambientalistas de ocasión», «ecologistas fundamentalistas”, “sufridos padres de familias», “líderes comunitarios» y otros grupos afines logran penetrar con increíble facilidad «el sistema informativo profesional» y «blanquear las noticias falsas», sin aportar una sola prueba de lo que denuncian.
Como consecuencia del negocio abortado o de las negociaciones interrumpidas, el estado dominicano queda privado de ingresos millonarios por concepto de impuestos; al país dejan de entrar millones de dólares en divisas; cientos o miles de empleados pierden sus empleos; cientos de suplidores dejan de hacer negocios; miles de cuentapropistas dejan de generar ingresos, y, por supuesto, también decenas de medios de comunicación profesionales dejan de recibir ingresos en publicidad.
Lo que ocurrió con la industria turística dominicana en el verano de 2019 es un ejemplo muy elocuente del efecto en cadena que tiene su origen en una noticia falsa que logra penetrar el sistema informativo profesional. Solo excepcionalmente una noticia falsa alcanza semejante dimensión como para afectar a toda una industria, pero con demasiada frecuencia una empresa en alguna industria es víctima de una villanía parecida.
Pluralidad no es sinónimo de falta de rigor
Similar a la responsabilidad que tienen los bancos de poner barreras a la entrada del dinero sucio al sistema financiero, los medios periodísticos tienen la responsabilidad de filtrar qué entra y qué no entra al sistema informativo profesional, por el bien de todo el sistema productivo nacional, como bien explica el politólogo Lluis Orriols, en una entrevista ofrecida a la Deutsche Welle:
«Se ha confundido mucho la pluralidad con la falta de rigor”, señala Orriols. “Ofrecer distintas voces es, sin duda, un objetivo; pero también la calidad de esas voces. Y yo creo que los medios de comunicación se han olvidado muchas veces de hacer de guardianes de la calidad que deciden, a través de una evaluación serena, qué entra y qué no entra, qué merece publicarse y qué no. No por el mero hecho de que sean páginas de opinión, cabe todo. Que haya pluralidad, pero con filtros de calidad”.
Al otro lado del Atlántico, el analista de la industria de las noticias Ken Doctor explica a The New York Times algunas de las causas del debilitamiento de la función de gatekeeping en los medios, refiriéndose a las noticias falsas que sobre el Covid-19 han penetrado el sistema informativo: «A medida que la industria de las noticias local se ha visto afectada por la disminución de los ingresos por publicidad y los recortes, algunos medios, a veces sin saberlo, publican información errónea (…), porque tienen menos empleados o menos supervisión que en el pasado. Sin los recursos para publicar periodismo original e independiente, pueden depender de cualquier material que pueda reutilizarse libremente en línea».
Es claro que el problema de las noticias falsas que se cuelan en los medios no es atribuible exclusivamente a la falta de rigor de los periodistas y editores, sino también hay un componente del negocio, de la industria periodística como negocio, y de la gestión de los recursos económicos y profesionales en los medios.
Se habla con frecuencia del auge de las fake news en la política, pero en los países con baja institucionalidad, como el nuestro, usualmente carentes de un régimen de consecuencias para los políticos, las noticias falsas dañan más frecuentemente, más gravemente y con efecto más inmediato a los negocios que a los políticos, aunque pocas veces se hable de ello.