(Publicado originalmente el 5 abril de 2016, en mi viejo blog La Peña de Melvin, y reproducido hoy con motivo del Día Nacional del Periodismo).
Amigos cercanos me critican cuando me autodefino como post-periodista, y luego me perdonan cuando les explico que no lo digo como un renegado del periodismo, sino porque creo que el periodismo me queda grande.
Soy un egresado de periodismo de la UASD, que ejerció durante cinco años un ‘periodismo de salón’, enfocado en los negocios, y luego dirigí mis estudios de postgrado y parte de mi práctica profesional al mercadeo. Nunca formé parte de una historia grande en el periodismo, de un historión como ‘Los papeles de Panamá’. No cubrí fuentes ni acontecimientos noticiosos, no di ‘palos periodísticos’ ni di seguimiento a problemas medulares de la sociedad dominicana, como mi hermano Oscar Peña y mis colegas y amigos desde la universidad Víctor Bautista y Mildred Minaya, los tres hoy mudados a la acera de enfrente, la comunicación corporativa.
El profesor Oscar Peña
Oscar Peña es Gerente de Comunicaciones del Banco de Reservas, pero antes estuvo en noticiarios de radio, los diarios El Caribe, El Nacional y El Diario ABC, de España, cuando este era una de las principales cabeceras de ese país.
Quien hace noticias para la radio y un vespertino es un turboperiodista, porque cada día apenas cuenta con una o dos horas, y a veces minutos, para investigar, reportar y escribir. Con toda esa prisa, mi hermano, el turboperiodista Oscar Peña, con frecuencia conquistaba el titular de portada de los medios dominicanos para los cuales trabajó, sobre todo cuando cubría las fuentes de Justicia, Policía y Política.
En medio de esas fuentes fangosas, Oscar fue un periodista honesto allí donde los hubo. Además, viniendo de El Caribe de los tiempos de Ornes sobra decir que pasó por la que fuera la mejor escuela práctica del periodismo nacional, según se ha acuñado en «algunos corrillos periodísticos» locales.
El reciente fallecimiento del director de El Nacional, Radhamés Gómez Pepín, con quien también trabajó mi hermano, ha puesto sobre el tapete que este era otro maestro del diarismo dominicano. Por años, Oscar mismo ha sido un maestro muy querido y respetado en la UASD por cientos de estudiantes. También es autor de un libro sobre Periodismo y Tecnología, de manera que, aunque ahora no ejerza el periodismo, él no puede ser «post periodista». En todo caso, ha sido un supra-periodista.
Don Víctor Bautista
Víctor Bautista está hermanado conmigo por lazos uasdianos. Somos cómplices en inocentadas e ingenuas historias de los tiempos universitarios que si alguno de los dos revela, la amistad no sobrevive o no sobrevivimos nosotros al sonrojo. Vitico tiene fotos mías de esos tiempos -en las cuales estoy famélico y con cabellos-, que si las hace públicas, tiene claro que la amistad sucumbe.
Podría concederle que revele la historia de mi baile y mi borrachera en una discoteca de las cercanías universitarias, al ritmo de la Coco Band, pero es mejor que no, que dejemos eso así, porque entonces yo me vengaría contando otras de él que derrumbaría esa imagen de hombre adusto que proyecta a través de su pluma preciosa, su imagen telegénica y su voz microfónica.
Viba, como les llaman otros que lo quieren bien, es un todoterreno del periodismo, que ha cruzado sin enchivarse difíciles tramos de la radio, los diarios impresos, los semanarios, el diarismo digital y la televisión. En todos esos terrenos las ruedas de este yipetón han cruzado con éxito, y como co-fundador del diario en línea Clave Digital y del semanario Clave puede decirse que han dejado huellas, desbrozando caminos aun tan vírgenes que varios años después permanecen inexplorados.
Aunque actualmente esté en la «acera de enfrente», en Vitico él periodismo es un gen, y de la genética nadie puede escapar. Vitico, el periodista genético, es, para mí, de todos nuestros condiscípulos, el dueño de la prosa más pulida, a quien más me gusta leer.
Doña Mildred
De ese grupo, Mildred Minaya, un viejo amor fraterno, compañera de muchas aventuras, desventuras y carcajadas desde los tiempos universitarios, es la dueña de la prosa más florida, la periodista más literaria de su generación, la ganadora del que fuera una suerte de Premio Nobel del Periodismo Dominicano, que no era otro que el Premio a la Excelencia Periodista J. Arturo Pellerano Alfau.
Mildred ganó ese premio hace ya muchos años, por los trabajos sobre el sector salud y los hospitales dominicanos que difundiera en el desaparecido diario El Siglo, bajo la dirección de Bienvenido Alvarez Vega. Su galardón tuvo la particularidad de reconocer a una serie de reportajes cuyas publicaciones iban seguidas por acciones correctivas en los hospitales, encabezadas por el entonces secretario de Salud Pública.
«La señora Minaya», supongo que así le llaman en los ambientes corporativos, tuvo una breve incursión en la radio y antes en la televisión, pero donde dejó su impronta fue en la prensa, no solo con sus trabajos sobre salud pública sino con unos perfiles cuasi literarios que publicaba en la edición sabatina del diario Hoy, a cargo también de Alvarez Vega.
Los colegas aquí citados, por sus propios méritos y porque los conozco de cerca, sí califican para ser llamados periodistas, aunque estén ahora en el «lado oscuro» -como algunos llaman en Estados Unidos al campo de las relaciones públicas-.
Aunque no ejerzan ya el diarismo, ni escriban crónicas ni reportajes, estos compañeros de aulas hicieron periodismo de verdad, no «periodismo de salón», como el que hice yo antes de ser conquistado tempranamente por el «lado oscuro» de la comunicación profesional.
En el Día Nacional del Periodista en República Dominicana, estas payolas motorizadas por la cercanía y la trayectoria de esos periodistas dominicanos -o ex periodistas, si ellos quieren-, sirven también para reflexionar sobre cómo el mundo corporativo se ha ido llevando muchos de los mejores talentos del periodismo nacional, con todo lo que eso significa para la calidad de nuestro periodismo y la calidad de la comunicación corporativa en «los mejores lugares para trabajar».
Que coincida esta efemérides profesional con la divulgación de Los Papeles de Panamá, por parte de un consorcio internacional de periodistas, me hace también pensar que el periodismo está vivo, felizmente, aunque luzca en declive mundial hace muchos años; que sigue siendo un perro vigilante de los excesos del poder, y que es capaz de reinventarse, aunque nadie sepa exactamente cómo hacerlo.