:Narrativas Relevantes.

El relato en la oratoria política

«… el presente es indefinido, el futuro no tiene realidad sino como esperanza del presente, el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente.»

Jorge Luis Borges, Ficciones.


En una campaña electoral, la narrativa es la promesa que un candidato entrega a los votantes de ayudarles a resolver sus necesidades, a superar los obstáculos que les impiden lograr sus objetivos y de apoyarles para que puedan vivir la vida que desean.

La narrativa debería dar repuestas a tres preguntas básicas: ¿por qué soy candidato? ¿para qué? y ¿por qué deberías votar por mí? Es la forma más depurada de mensaje, de presentación y de diferenciación del candidato ante los electores.

Usualmente, la quintaeesencia de una narrativa es sintetizada de forma breve y atractiva en un eslogan publicitario, pero no deben confundirse conceptualmente estos dos términos, que no necesariamente son sinónimos ni equivalentes. Más bien, lo segundo viene de lo primero.

Si bien la narrativa del candidato es una ficción, como todas las promesas, para que funcione debe ser verosimil, y para que lo sea debe anclarse en concreciones del pasado (la historia) y en los dilemas del presente (la actualidad), para crear una nueva y mejor realidad (el futuro).

Esa ficción es “el sueño” del que hablaba el activista Martin Luther King (MLK) en 1963; “el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo” del que hablaba el presidente Abraham Lincoln en 1863, o “la unión más perfecta” de la que hablaba el candidato Barack Obama en 2008, en su Discurso de la raza.
La narrativa, en general (no solo la narrativa política), puede adoptar diferentes formatos, dependiendo del emisor, de la audiencia y del canal. Así, puede ir desde una pieza publicitaria (“Just do it!), una presentación (Steve Jobs) hasta una pieza de oratoria política (Lincoln, MLK).

Sin importar su forma de expresión, la narrativa tiene una estructura básica, que en modo alguno es una fórmula encorsetada, sin espacio para la innovación. Lo clásico, sin embargo, lo que nunca pasa de moda, es la manera en que aprendimos en la escuela a armar un relato, con tres componentes esenciales: una introducción, un nudo y un desenlace. Un planteamiento, un conflicto y una resolución.

En este modelo imperecedero, el relato parte del pasado (“Había una vez”), plantea un dilema (el presente, el nudo, el conflicto) y apunta hacia el futuro, entiéndase la resolución del conflicto, la superación de los obstáculos y la concreción de las metas soñadas.

Como si fuera un cuento
Cuando se disfruta el placer de releer, oír y ver las alocuciones de los mejores oradores de este siglo y del anterior, es posible encontrar en la mayoría de sus discursos una estructura similar a la del relato corto, con referencias al pasado, al presente y al futuro de la nación a la que hablaban estos clásicos de la tribuna.

He tenido el gusto de estudiar los discursos más conocidos de Abraham Lincoln, Teodore Roosevelt, John F. Kennedy, Martin Luther King, Ronald Reagan, Bill Clinton, Barack Obama, Winston Churchill, Nelson Mandela, Margaret Thatcher, y otros notables tribunos del idioma español, como Salvador Allende y Felipe González, y en todos ellos o en la mayoría se encuentran esas claves esenciales del relato.

Como si acudieran a la mítica frase “Érase una vez”, estos oradores se remontan a los orígenes de su tema y abrevan en los principios fundacionales de la nación. A seguidas, contextualizan la encrucijada del presente: ¿cuál es el reto de la sociedad? ¿cuál es el riesgo de no afrontarlo? Y, finalmente, esbozan su visión de futuro, “la tierra prometida”, “la comunidad imaginada”, la forma en que se conectan sus propuestas con los sueños más elevados de la colectividad.

Un buen discurso siempre plantea un conflicto. Sin conflicto, no hay relato. A veces el adversario se personifica en un rival, pero otras veces se trata de una situación, unas ideas a las que el orador opone las suyas y sus valores. Ante la tiranía, la libertad. Ante la inequidad, la igualdad. Ante el peligro, la unión o el sacrificio.

Ese es el patrón que sigue Abraham Lincoln en el Discurso de Gettysburg, pronunciado hace 160 años, pero que parece que mejora con el paso del tiempo; el que sigue Martin Luther King en su «I have a dream», hace 60 años, y el que retoma Barack Obama, hace 15 años, en su inmejorable «Discurso de la raza».

Estructura del relato en el discurso de Gettysburg
Veamos este modelo clásico de la oratoria que abreva en el pasado, plantea el conflicto del presente y la visión de futuro en el breve discurso de Gettysburg, pronunciado por el presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, el 19 de noviembre de 1863, en la ceremonia oficial de dedicación del Cementerio Nacional de Gettysburg, en Pensilvania.

Este discurso es uno de los más famosos en la historia de los Estados Unidos y se considera un momento clave en la Guerra Civil estadounidense. En la pieza, Lincoln honró a los soldados que habían perdido sus vidas en la batalla de Gettysburg y expresó su compromiso con la idea de que todos los hombres son creados iguales.

A continuación, una traducción libre, y ligeramente anotada por mí, en cursivas y paréntesis, del famoso discurso de Lincoln, pero recomiendo leerlo en su versión original, en inglés, pues esta tiene un tono añejo, de leyenda, sobre todo al inicio, que no me ha sido posible aprehender en español al tiempo que preservo su llaneza.

(EL PASADO, “Había una vez…”) “Hace ochenta y siete años nuestros padres crearon en este continente una nueva nación, concebida bajo el signo de la libertad y consagrada a la premisa de que todos los hombres nacen iguales.

(EL PRESENTE, el conflicto) “Hoy nos hallamos embarcados en una vasta guerra civil que pone a prueba la capacidad de esta nación, o de cualquier otra así concebida y así dedicada, para subsistir por largo tiempo. Nos hemos reunido en el escenario donde se libró una de las grandes batallas de esta guerra. Vinimos a consagrar parte de este campo de batalla al reposo final de quienes han entregado su vida por la nación. Es plenamente adecuado y justo que así lo hagamos.

(EL FUTURO, la resolución) “Sin embargo, en un sentido más amplio, no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos glorificar este suelo. Los valientes hombres que aquí combatieron, vivos y muertos, lo han consagrado muy por encima de nuestro escaso poder de sumar o restar méritos. El mundo apenas advertirá, y no recordará por mucho tiempo lo que aquí se diga, más no olvidará jamás lo que ellos han hecho. Nos corresponde a los que estamos vivos, en cambio, completar la obra inconclusa que tan noblemente han adelantado aquellos que aquí combatieron. Nos corresponde ocuparnos de la gran tarea que nos aguarda: inspirarnos en estos venerados muertos para aumentar nuestra devoción por la causa a la cual ellos ofrendaron todo su fervor; declarar aquí solemnemente que quienes han perecido no lo han hecho en vano; que esta nación, bajo la guía de Dios, vea renacer la libertad, y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra”.

Abraham Lincoln.

Desarmar relatos es una interesante manera de aprender a armarlos. A los interesados en el arte de la retórica y la oratoria, los invito a practicar este ejercicio usando los otros dos discursos que cito en este artículo: el archiconocido “I have a dream”, de MLK, y el mucho menos analizado “Discurso de la raza”, de Obama, que, para mí, es su mejor pieza oratoria.

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