En un interesantísimo artículo publicado en The New York Times, el escritor de negocios William D. Cohan explica cómo Jack Welch, el mítico CEO de General Electric, destruyó su impresionante legado por equivocarse en la selección de su sucesor, Jeff Immelt.
Welch tuvo un meteórico ascenso desde sus inicios en los negocios de plásticos de GE en Massachusetts, hasta que en 1981 pasó a dirigir la corporación por dos décadas, era en que la transformó en un gigante valorado en más de seis mil millones de dólares, con incidencia en todas las áreas importantes de la economía estadounidense y en todos los ámbitos de la vida de los norteamericanos.
«En su apogeo, GE fue Microsoft, Apple y Google combinados en términos de prestigio, destreza tecnológica y experiencia en gestión», afirma Cohan, un respetado veterano del periodismo de negocios, escritor de varios best sellers y quien hizo «la autopsia de GE» en su libro: «Power Failure: The Rise and Fall of an American Icon».
En el reinado de Immelt, GE pasó a ser relativamente irrelevante en el contexto norteamericano, con una valoración de 95 mil millones de dólares, «en un buen día» en el mercado de valores, después de haber vendido activos preciados a muy bajo precio y comprar a alto precio otros que no resultaron ser lo rentable que se esperaba.
En numerosas entrevistas con Cohan, Welch admitió que se equivocó en la elección de su sucesor. Espontánea y reiteradas veces, en esas conversaciones se recriminó y grito al mundo, dándose golpes de pecho, que falló en lo que consideraba era su mayor responsabilidad: elegir su relevo, y, con este error, hecho a rodar su celebrado legado.
El fallo de Welch fue dejarse encantar por las habilidades políticas de su sucesor y preferirlo frente a otros candidatos mejores dotados, pero menos encantadores, según establece el articulista.
Cohan me ha hecho recordar uno de mis libros de negocios favoritos, «Good to Great», de Jim Collins, en el que el autor afirma que la principal diferencia entre las empresas buenas y geniales es el empeño y el acierto del líder en elegir a su sucesor.
También me ha traído a la memoria la biografía «Steve Jobs», escrita por Walter Isaacson, en la que el fundador de Apple avanza que su sucesor sería el opaco Tim Cooks, una persona que, a diferencia de Jobs y según sus propias palabras, no estaba orientado al diseño de productos, pero, como se ha evidenciado luego en su trayectoria, tenía las mejores habilidades para dirigir la empresa.
De Cook, designado en 2011 como CEO Apple, se dice en Wikipedia que en nueve años, «ha doblado los ingresos y beneficios de Apple y ha incrementado su valor de mercado desde 358, 000 millones de euros hasta los actuales 2.5 billones».
En la entrada sobre Apple, la enciclopedia en línea dice: «En 2015, se convirtió en la empresa más valiosa del mundo, según el índice BrandZ, al alcanzar los 247, 000 millones de euros de valor. El 3 de agosto de 2018, según The Wall Street Journal, la compañía se convirtió en la primera empresa en lograr una capitalización de mercado de 2 billones (mil millardos) de dólares. En el 2020, su valor se estimaba en unos 2.5 billones de dólares y al 3 de enero de 2022, rebasaba la cifra de los 3 billones de dólares».
Evidentemente que hoy Apple es incluso mucho más grande y gana mucho más dinero que cuando era dirigida por su genio fundador.
La conclusión de Collins que más me impresiona, derivada de la portentosa investigación que dio origen a su superventas «Good to Great», es la afirmación de que el rasgo que distingue a los líderes de las corporaciones que dan el salto de buenas a geniales es la humildad, la cualidad determinante para elegir su sucesor. Vistos los números de Cook en el marco de la más importante conclusión de Collins, el archi-arrogante Steve Jobs ha terminando siendo uno de los líderes empresariales más humildes de todos los tiempos.
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Foto: Jack Welch y su sucesor, Jeff Immelt, año 2000.