Cuando pensamos en una narrativa, nos llega a la cabeza la idea de un relato contado con palabras, lo que es perfectamente aceptable y en modo alguno discutible. De hecho, como construcción mental, la narrativa política es, esencialmente, un fenómeno lingüístico. Una ficción.
Sin embargo, una de las razones por la que prefiero la definición de narrativa del más confiable y popular diccionario estadounidense es porque nos habla de la narrativa como un concepto serial orientado a la acción. Más aún, los lexicógrafos y editores del Merrian-Webster Dictionary se cuidan de relacionar la narrativa con una «serie de acciones», y, haciéndolo mejor, elevan el concepto a una «serie de eventos».
Interpreto que esa selección de palabras se hace bajo el entendido de que los acciones son cotidianas y ordinarias, mientras que los eventos son acontecimientos de cierta importancia, programados, planificados y escenificados con esmero.
Cuando en la política hablamos de diseñar y escenificar una narrativa estamos hablando, precisamente, de articular una secuencia de eventos icónicos, que comuniquen de una forma interesante lo que somos; por qué y para qué estamos en la política; cómo creamos valor o pretendemos contribuir a mejorar la vida delas personas, las organizaciones y la sociedad en general.
La narrativa política refleja cómo interpretamos la realidad y cómo participamos para crear una realidadmejor. Es un enfoque que sirve para enmarcar, interpretar una situación y para aportar significado a la realidad existente y por existir: la realidad imaginada.
Una narrativa es, en su quintaesencia, una ficción, entendida esta, para los fines útiles, no como una mentira o una pieza de literatura, sino como una construcción mental con intencionalidad, que puede estar más o menos anclada en la realidad material, y, en consecuencia, su grado de veracidad y de verosimilitud dependerá de cuán lejos o más cerca esté de la materialidad.
En una campaña electoral, la narrativa política de un candidato sirve para responder claramente a las preguntas: quién soy, por qué y para qué me lanzo a buscar tal o cual puesto, y por qué el votante debería preferirme a mí antes que a los competidores.
“En una campaña, lo único que puedes controlar es tu narrativa. Todo lo demás es determinado por los acontecimientos.”
En palabras de Michael Ignatieff, el candidato liberal a primer ministro de Canadá en las elecciones de 2011, el primer reto de un candidato es poder contestar a la pregunta: “¿Por qué quieres llegar a ser _______?” (coloca en la raya el puesto al que aspires).
De acuerdo con este académico y político canadiense retirado, la labor esencial de un político es definir su narrativa, controlarla y tratar de colocarla en el debate público. Es lo único que puede controlar en una campaña, dice Ignatieff. Al margen de la narrativa, todo lo demás es incontrolable, depende de la diosa Fortuna.
Por igual, en una gestión gubernamental, la narrativa política de un presidente debería enmarcar y enhebrar las acciones del mandatario en un relato coherente que dote de significado estas acciones.
En la primera gestión del presidente chileno Sebastián Pinera (2010-2014), los analistas políticos de su país solían decir que aunque su gobierno podía exhibir logros, carecía de una narrativa que le diera cohesión a esas realizaciones , y de ahí que gobernara con fluctuaciones de aprobación significativas, con tendencia a la baja, pese a contar con condiciones económicas favorables.
Pero si bien es cierto que en una campaña electoral la agenda la va imponiendo los acontecimientos, como experimentó Ignatieff cuando fue candidato a primer ministro por del Partido Liberal de Canadá, un candidato siempre tiene más margen para poetizar la política que un presidente, quien cada día tiene que enfrentar un sin número de imprevistos y pasar de gestionar una crisis a otra.
Es ampliamente conocida la cita atribuida a Mario Cuomo, el gobernador del estado de Nueva York en los años 80 y 90, que dice: «You campaign in poetry; you govern in prose» («Tú haces campañas con poesía, pero gobiernas en prosa»). De manera que, estando en medio de la campaña electoral en que los políticos dominicanos se disputan la victoria para el período 2024-2028, me enfocaré en este artículo en la narrativa política de campaña o, dicho con más lírica, en la narrativa poética de campaña.
Lucha de narrativas
Una competencia electoral es una lucha de narrativas. “Las campañas presidenciales son narraciones. Una campaña presenta la vida de un candidato a los votantes; una campaña perdedora, permite que otros, no el candidato, presenten esa historia”, escriben los veteranos reporteros y editores políticos estadounidenses Mark Halperin y John Harris, en su libro “The way to win: taking the White House in 2008”, que muestra los entretelones sobre cómo los Bush y los Clinton ganaron sus campañas.
En algunas de esas competencias que son las campañas han coexistido narrativas modélicas, por su excelencia, y anti-modelos, porque “modelan” los errores más frecuentes de las campañas electorales, esos que nunca se deben cometer, pero siempre se cometen.
La lucha de narrativas más aleccionadora en esta era de Internet se dio en Estados Unidos, en 2008, en las primarias internas del Partido Demócrata, primero, entre Barack Obama y Hillary Clinton, y, luego, en las elecciones de ese mismo año, entre el candidato demócrata Barack Obama y el candidato republicano John McCain. La de Obama en 2008 es una campaña perfecta.
Al día siguiente de ganar las elecciones y convertirse en el primer presidente negro de Estados Unidos, el respetado autor de marketing Al Ries, co-creador del concepto de posicionamiento, escribió el artículo “What marketers can learn from Obama’s campaign” (Lo que los mercadólogos pueden aprender de la campaña de Obama), en la prestigiosa revista de publicidad Advertising Age, en el que decía:
“El 4 de Noviembre de 2008 será recordado en la historia como un hito en marketing.
“Toma a un hombre relativamente desconocido. Más joven que sus oponentes. Negro. Con un nombre desfavorable. Considera a su primer oponente: la mujer más conocida en EE. UU., relacionada con un político exitoso. Su segundo oponente: un héroe de guerra con un distinguido historial en el Senado.
“No importó. Barack Obama tenía una estrategia de marketing superior: ´Cambio´.
Joseph Goebbels, jefe de propaganda nazi, dominó la «gran mentira». Según él, «Si dices una mentira lo suficientemente grande y la repites, la gente creerá eventualmente».
El opuesto es la «gran verdad». Decir la verdad repetidamente la hace crecer, creando autenticidad.
Las «soluciones» de Clinton se desvanecen. ¿Qué palabra definía a Hillary Clinton? Primero «experiencia». Luego, ante el progreso de Obama, «Cuenta regresiva para el cambio». Luego, ante las críticas, «Soluciones para Estados Unidos».
¿Con qué palabra se asocia ahora a Clinton? No sé, ¿lo sabes?
John McCain también. Un artículo de portada en octubre en The New York Times Magazine enumeraba etiquetas de McCain: «Conservador. Maverick. Héroe. Experto en hablar claro. Comandante. Conciliador. Líder. Patriota». Subtítulo: «Cuando la campaña no decide una narrativa central, ¿pone en peligro al candidato?»
Eligió luego el slogan «El país primero», pero era tarde y poco relevante”.
Quince años después de haberse publicado ese artículo, no puedo menos que remitir encarecidamente a los interesados en el marketing político y el marketing en general que se lean el original in extenso. Ries enfatiza la selección del concepto de “Cambio”, en la batalla electoral de 2008, como uno que interpreta el estado emocional colectivo y lo traslada a un mensaje simple, claro y consistente durante toda la campaña, invariablemente.
El candidato Obama se enrosca en la narrativa del cambio, se apropia de ella a través de la repetición del mensaje, mientras sus competidores, atontados por el ascenso creciente del joven candidato, van saltando de mensaje en mensaje, y, en el caso de Hillary, aunque Ries no lo comenta en su celebrado artículo, pretendiendo imitar ya descarada y desesperadamente el slogan “Yes we can”, de Obama, que se convirtió en canción popular. Al final de su campaña, los seguidores de Hillary lanzaron el himno “Yes we will”. Si su slogan, uno de ellos, “Cuenta regresiva para el cambio” ya revelaba una estrategia “me too” (copiar al competidor), “Yes we will” lucía una copia descarada del canto “Yes we can”.
Lo sorprendente de todos estos errores de marketing tan básicos como frecuentes es que la misma candidata volviera a repetirlos en 2016, cuando Hillary Clinton se enfrentó a Donald Trump. En esas elecciones, la clase trabajadora blanca en los Estados Unidos, descontenta con su situación y percibiendo que el sistema los había dejado atrás, encontró en Donald Trump un líder que encarnó sus esperanzas de restaurar el sueño americano y combatir lo que veían como injusticia y desplazamiento a través de una narrativa vehiculizada en el slogan: “Make America Great Again”.
En 2023, “Make America Great Again” es una narrativa que no solo recordamos tan fresca como en 2016, sino que se ha convertido en la parcela y el discurso dominante en el Partido Republicano, y, además, en un movimiento social y político (MAGA) que trasciende al partido y probablemente trascenderá la existencia física de Donald Trump.
Pero, ¿qué recordamos de la narrativa de Hillary Clinton en 2016? Aquí una ayuda memoria, porque seguramente es necesaria. La conocida política demócrata anunció que entraba a la carrera presidencial a través de la difusión de un video en el que planteaba:
«Me estoy postulando para presidenta porque los estadounidenses de todos los días necesitan un defensor. Y quiero ser esa defensora. Yo quiero hacer que las palabras ´clase media´ signifiquen algo nuevamente”.
Tan pronto salió el video, la prensa, incluso la prensa liberal como The New York Times, lanzó una crítica vigorosa al mensaje, destacando que los Clinton habían ganado 30 millones de dólares en 16 meses, como oradores y conferencistas frente a audiencias formadas por los ricos y poderosos del mundo. El llamado 1%. Era la suya, una narrativa inorgánica e insostenible. La narrativa política es ficción, pero para que sea verosímil necesita estar anclada a la realidad. Nada más lejos de la realidad de la clase media que la vida de los Clinton.
¿Qué sigue cuando la narrativa es insostenible? Otra narrativa, y, en el peor de los casos, el zigzagueo que vimos en la campaña del 2008, tanto en McCain como en Hillary. Después de la defensora de la clase media, en la campaña de Hillary en 2016, vino una serie de nuevos eslóganes que pretendían capsular nuevas narrativas, una siempre desconectada de la otra: “Stronger together”, “Hillary for America”, “Fighting for us”, y, la última, una narrativa de sororidad: “I´am with her”. Y, por supuesto, la imagen de la candidata se diluía entre tantos mensajes, mientras que la de Trump se consolidaba en torno a una narrativa única, que todavía enarbola, en una tercera candidatura.
El éxito de una campaña no depende exclusivamente de una narrativa única, clara y consistente, pero sin una narrativa única, clara y consistente no se ganan elecciones en un país donde el clientelismo no es lo que decide el voto.
Ahora, rendido ante la evidencia de los hechos, la realidad de que en República Dominicana la mayoría de los políticos y de sus electores no conciben la política sin el clientelismo, entiendo que contar con una narrativa, incluso sin renunciar a aquella mala praxis, facilita alzarse con la victoria electoral.
En cualquier caso, tener una narrativa solo puede sumar.